Columna: Renzo Rossi, Gerente de la División de Gestión y Desarrollo Humano de Mibanco - Mibanco Perú

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Columna: Renzo Rossi, Gerente de la División de Gestión y Desarrollo Humano de Mibanco

Aprendamos a equivocarnos

Las organizaciones que no admiten el error como parte del proceso de aprendizaje y mejora generan, en realidad, más daño que bienestar

Como dijo Friedrich Nietzsche, “el error es necesario como condición del conocimiento humano”. A veces las cosas no salen como uno espera. Pero, aun así, hay organizaciones que no admiten un error, que quieren mostrarse casi perfectas. Creo que pensar así genera más daño que bienestar. Es utópico vivir sin cometer errores, porque el error es inherente al ser humano. Tropezamos desde que somos pequeños y comenzamos a dar nuestros primeros pasos. Es imposible lograr caminar —y mucho menos correr— sin habernos caído. Así es como el mundo ha evolucionado, pasando de equivocarnos a hacerlo cada vez mejor. Sin embargo, vivimos con el temor de equivocarnos porque en nuestra sociedad el error suele ser castigado. El temor a ser juzgados o criticados tiene un peso enorme. Sólo en el trabajo, si nos equivocamos puede ser que nos sancionen o despidan. Entonces, para no fallar nos volvemos perfeccionistas. Y eso hace que nos sea más difícil confiar, delegar, permitir que otra persona nos ayude. Se le ha dado al error una connotación negativa, pero el error también es buscar algo y llegar a otro resultado. Es lo que ha sucedido tantas veces con los inventos que hoy son tan útiles en la vida diaria. “No he fallado, simplemente he encontrado 10,000 formas que no funcionan”, dijo, por ejemplo, Thomas Alva Edison. Una perspectiva que desafía la idea de que el error es simplemente un obstáculo que debe evitarse y, en su lugar, lo presenta como una oportunidad de aprender. La fórmula es así: te equivocas, aprendes y mejoras. Es en vano creer que en nuestro entorno laboral nadie debe equivocarse, salvo, por supuesto, que ese error ponga en riesgo la vida de alguien. Aceptar que fallamos, como parte de un camino hacia la excelencia, trae, por el contrario, una serie de beneficios. Se estimula la creatividad y aparece la innovación, como un ejercicio recurrente de prueba y error. De eso se trata: probar, equivocarse y corregir, hasta que sale un mejor producto. Aceptar que fallamos también hace valorar el talento de una forma especial, porque esos espacios de trabajo que sí aceptan el error generan confianza. Se convierten en espacios más seguros para explorar y lanzar nuevas ideas. El error favorece la mejora continua en productos, servicios o procesos. Y todo esto se asocia a resultados más eficientes. Prueba de ello es que, según Deloitte, las organizaciones con un enfoque de aprendizaje continuo tienen un 37% más de productividad. Al equivocarnos, aprendemos a ser resilientes. De esta forma, vamos forjando una cultura más resistente a los desafíos, en la que se enfrentan diversos problemas sin tener una receta escrita para todos ellos. Y se gestiona mejor el cambio, porque en espacios seguros es donde se incuba un aprendizaje en conjunto de los errores y donde, poco a poco, se deja la zona de confort. Equivocaciones vamos a tener siempre; si no, estás por debajo de tu máximo potencial. Aceptemos el error como una oportunidad indesligable de nuestro crecimiento. La virtud siempre estará en que nuestros aciertos sean mayores.

Fuente: Semana Económica